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Actulizado 5:16 PM UTC, May 1, 2024

Trilogía a Federico

Fábula

Va perdiendo el verano sus profundos instantes
y a la orilla de un río que a los dos nos reclama,
me rebelo otro día por detener las horas
del otoño que llega.

De tu huerta a la mía.
De tu casa a mi casa.
Tres puentes, diez molinos,
un monte, mil guitarras.
La voz de los frutales.
El olor de la escarcha.
Las eras que se fueron
por entre los vestidos
de las rubias muchachas.

Los pájaros de luz.
Las estrellas nevadas.
Los verdes barandales
de las niñas tempranas.
La canción del Amargo.
La luna por la fragua.
Tú huella en lo más alto
y este abrazo del agua
donde a merced del viento
otro día se escapa.

Detenlo Federico, que vuelvo en un instante
para traer conmigo racimos de la parra.
Desanda el calendario, disipa aquellas nubes
que tormenta amenazan.

Y dime, tú que sabes amar con la palabra,
¿por qué sigue la fábula
habitando mi casa
en el eco profundo
de este río que pasa?

Cauce

Con seda, en este pañuelo,
he bordado malvas blancas
con alhelíes azules
y girasoles de nácar

Por la yerta lejanía
de las orillas cercanas
he bordado tres caballos
en mi camisa lorquiana.
Y en las esquinas de cal
donde la noche se apaga
de tu corazón al mío
un manojillo de jaras.

Deja tu boca en mi oído.
Pon tu palabra en mi alma.
Acércate hasta mi pecho
para que arda la llama
y rasga con diez puñales
este río de distancia.

Cerca de los aladiernos,
bajo los juncos de escarcha,
las nubes están mirando
los volantes de mi falda.

Deslúmbrame con tus ojos.
Peina mi trenza mojada.
Acaríciame los hombros
donde mi vestido escapa.

No dejes que el viento roce
estas flores enlutadas.
Ni que se pierdan los lirios
en el fragor de la espada.

Llévame hasta la aurora
donde los gallos levantan
su vespertina canción
en las horas más tempranas.

Y busquemos los dos juntos
antes de la madrugada
por tu corazón y el mío
el limpio cauce del agua.

Muerte

Con tres rosas de azabache,
llorando la noche viene
y bajo la negra noche
un caballo sin jinete.

Preciosa se bebe el agua
con ramas de pino verde.
Y en los senos de la luna
un niño celeste duerme.

En la mitad de la sombra
donde el silencio más hiere,
la soledad se desmaya
rodando por la pendiente.

Tres ángeles la sostienen
entre el candor de sus alas.
Nueve lunas la enamoran.
Y en los oscuros salones
donde el metal de una voz
se funde con la guitarra,
se oye el canto desgarrado
de la seguiriya amarga.

Guardad silencio, por Dios,
Iluminad las terrazas,
regad con dalias y rosas
los yerros de las ventanas.

Abrid en los abanicos
un miriñaque de escarcha
y, sobre el verde camino,
cien madreselvas doradas.

Fundid en esa vereda
el silencio con las palmas,
que doblando está en la torre
el bronce de las campanas.

Porque en mitad de la noche,
una luna ensangrentada
se ha llevado a Federico,
el poeta de Granada.

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