Por trochas y veredas he llegado
a esta noche de ascuas y palomas
para iniciarme en el ancestro de la fiesta
y rescatar con el vuelo de la alondra
la ronca voz de las viejas caracolas.
Con familiar acento se abrieron en mi mente
los dulces mostos de los blancos lagares,
el umbral misterioso del parral con sus pámpanos,
el incipiente olor de la matalahúva,
las preñadas higueras goteantes de púrpura,
el candil clausurado con su delgada llama.
Y en el ir y venir que mi alma acarrea
otro tiempo lejano en la emoción palpita,
enumerando ramas, vides, bancales,
adelfas, yedras, nubes y jilgueros.
El germen de la estrella del poniente
o la celeste copa del amor primero.
Habría que tallar en oro y nácar
las blancas notas de otros violines
y sembrar del litoral hasta las cumbres
el júbilo implacable de tanta filigrana.
Con ellas se nos fueron para siempre
la plenitud antigua de la estirpe,
pero quedó esculpida en dura roca
la simiente y el trino, el oficio y el cauce.
Los ángeles conocen el secreto
de las antiguas notas musicales,
aquellas que abrieron senderos y caminos
con nuevas y cercanas partituras.
Y en esta noche de san Juan bajo la luna
ondea ante el fuego su bandera.
Al otro lado de todos los espejos,
donde teje la hortensia su corpiño dorado,
misteriosas damas de la noche
se adentran en las grutas de lejanos palacios. De ellos se liberan las princesas cautivas, se agitan los tesoros en la profunda entraña de la tierra, los helechos florecen antes de dar las doce y el amado Bautista nos estremece a todos. Dicen que el sol sale bailando esa mañana y al alba, cuando la estrella de la aurora se aleja en los confines de los cerros, de los arroyos recogen las mujeres la huida flor del agua redentora. Busca entonces la fuente de la vida, sumerge en ella las manos y el cabello, abre de par en par las invisibles puertas y llévate en el alma y la memoria esta noche de antorchas y luceros. Noche de san Juan que desde el cielo no duerme con tanta algarabía. Los montes, Comares, Almogía surcan de la noches lo umbrales al son de violines y panderos. Iniciada bebo bajo el cielo el zumo de las uvas moscateles. Arden los zafiros en la hoguera. Alza la primavera su divina brisa. Júpiter se rasga la camisa. Minerva peina su larga cabellera. Y allá arriba el nardo de la noche, inmortal en sus sagrados alabastros, nos alumbra con la plata de sus venas. Sobre el mar, los íntimos anhelos y en las cintas de todos los sombreros canta una voz en desamor sus penas. Me inclino humildemente a la armonía que hace sonora los jazmines y abro mi corazón en esta noche a trochas, veredas y caminos, a montes, ermitas y lagares, a ermitaños y vírgenes vestales, a gajos de sol en los sombreros y con los dioses de la mitología me sumo agradecida al son de los fiesteros. Y una más entre ellos, anillo mi palabra al vegetal paisaje de sus trinos. Y de Grecia hasta Roma, Neptuno, Dios del mar e hijo de Cibeles, al son de los bordones, recoge de los mares tempestades. En la cima de los altos apriscos, arde el fuego a favor de los dioses. Eolo enhebra cintas de colores, Pales ostenta el laurel y el romero y Venus, poseída de todos los encantos, esparce amor desde el negro cielo. Se desvelan entonces las roncas caracolas bajo la pleamar de verdes olivares y en la flor de la jara cantando se recrea el júbilo fluvial de la palabra ante un vértigo de siglos y ritos ancestrales.
NOTA: Pregón de San Juan de Encarna Lara, poeta y autora de letras flamencas.
Foto de portada: Horacio Muñoz B.