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Actulizado 1:11 AM UTC, Apr 20, 2024

David Martín, el poder del diálogo por naturaleza y enjundia

VI Bienal de Arte Flamenco de Málaga. ‘Denominación de Origen’. Baile, coreografía e idea original: David Martín. Guitarra y dirección musical: Carlos Haro. Guitarra: Camarón de Pitita. Cante: Luis El Rubio y Antonio Luque ‘Canito’. Percusión: Juan Manuel Lucas. Lugar: Auditorio Edgar Neville de Málaga. Día: Sábado, 18 de Mayo de 2019. Aforo: Media entrada.

La acentuación es la clave para entender el sello propio de una frase, es el ritmo, de lo contrario puede dar lugar a malos entendidos. Es primordial cavar el pulso, desde la tierra, sin rehuirla, para presentar la esencia de sus aromas, dejarlos reposar y que el público los saboree con mesura, tiento y se traspase desde la boca hasta el estómago. Como cualquier caldo, olvidado en una barrica o recién hecho en una olla con yerbabuena, de cualquier modo; en un plato hondo, en una copa.

Como decían antiguamente los filósofos de la anatomía, el sentimiento está en el hígado, en las entrañas profundas de color oscuro. De la Z a la A.

David Martín dio una vuelta por el mundo y se giró en vueltas de pecho, hasta volver a la madre de su proyecto, a la madurez del baile por dentro, replegado y sin artificios, desnudo y en solitario, arropado por la esencia, con la escenografía de un público vivo, que sube al escenario y sorprendido compró una butaca, elegido para ser parte de un combate flamenco piel con piel.

Las sillas de anea arropadas y abrir por fin, por bulerías. Una vuelta de tuerca desatornilla el comienzo, es apasionada y brinda con suertes de luces, demostrando que el repertorio es un avance en cualquier reloj, el mismo que marca dos horas, por la mañana y a la noche.

La idea original del espectáculo es una escritura en el espejo, el mismo que se desviste en camerinos, el mismo que comienza por fin de fiesta y acaba con palos cabales, un experimento del movimiento en conjunción con el público, para probar que el acento es el alma del discurso, en sintonía y con pulso ascendente, independiente del rigor y del orden establecido.

Siguió el momento con sobriedad y dos esferas de luz a cada lado, por martinetes a las voces. El vocabulario patas arriba.

David Martín irrumpió en el damero, un alfil lleno de compostura, rompiendo los tiempos de cinco, por seguiriyas. Brío y coraje en alarmas técnicas, volando un gabán negro, volando hacia el registro que sólo conocen las armaduras; con experiencia y respiración. Un alarde que el público recogió con entrega.
Seguido, un encaje a las guitarras. Sin duda, el momento protagonista corrió por cuenta de Carlos Haro y Camarón de Pitita, un dúo que acabó con palmas y percusión. Una subida con maestría, bulerías.

El caldo está escanciado, las gotas colman el paladar del suelo, estampado de lunares gracias a la iluminación de Óscar Gómez.

Hablar por alegrías es mucho más que bailar, así fueron las letras con las que se deshilachó el público, adorando la flamenquería, en cada volante morado, en cada marcaje de sol y silencio a las manos, en contestación.

Una constelación de elementos a la luz de un planeta feliz. Alumbró a los presentes. Un número grande, una experiencia inmersiva que el público desmarcó en diferentes ocasiones con aplausos y recorrió cada paso hasta trasladarnos y pellizcarnos con una tilde rota en nuestros bajos jondos.

El escenario coral por fandangos a dos voces y dos guitarras supuso alternar las letras dedicadas a Granada y a los malos quereres, cambió el registro, dejó respirar y descubiertos, los antiguos y personales resonaron con quejumbre.

Si el hielo se mata, no te domina. El cierre por tarantos fue la prueba de que el fuego es el elemento por antonomasia. A veces calmo y en ascuas, a veces brotando sin forma definida. La sensación de la energía que se contiene y brota, estudiada en el vaivén. Flores con pasión, deslumbre de hierro y sal.

Curioso el momento por definición y en pie el público, como si supiese que a veces el fin es un comienzo de otro episodio, de viva degustación, por origen.

No tuvo otra que devolver al público enfervorecido y salir de nuevo a escena. David y los suyos, su familia de arte, al compás de la ruta, marcó paseíllo hacia la tramoya.

A poco supo, y el tiempo es un gobierno donde el público jamás tendría un fin, o un principio.
¿Dónde están los comienzos? ¿En lo profundo? Un dialogo y un experimento, con verdad y vida.
Libertad en el equinoccio, donde los días son iguales a las noches, en cualquier lugar de la tierra. Un reloj marca dos horas como el alma que se despierta y duerme, llena de prodigios.

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