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Actulizado 11:01 AM UTC, Apr 26, 2024

María Terremoto, casta, estirpe y tronío

VI Velada Flamenca de Iznájar. Cante: María Terremoto. Guitarra: Nono Jero. Palmas: Manuel Cantarote y Manuel Valencia. Baile: Sandra Cisneros. Cuadro: Cante: Carmen Ruiz y Rocío López La Boterita. Guitarra: Rubén Portillo y Julio Cortés. Baile: Bastián Martín. Percusión: Juanma El Canastero. Lugar: Teatro Al Aire Libre Cruz de San Pedro de Iznájar (Córdoba) Día: Sábado, 1 de junio de 2019. Aforo: Lleno.

Visitar Iznájar es siempre un placer, si esa visita está relacionada con el flamenco, el placer se hace deleite. Y por esa tarde, a la hora del crepúsculo, entre jirones de flores escarlatas y las primeras estrellas de la noche, subo una empinada cuesta que me lleva a la Cruz. Y allí, en un marco de luces de verbena, brisa, floridos balcones, cercanos astros y amigables voces, la noche y su tronío se despiertan. Mudo testigo de este encuentro, el castillo recorta su silueta, que se yergue expectante y magnífica.

Pueblan el escenario una niña jerezana y su grupo. La puesta en escena tiene la huella de un ocaso imperial y en ella se funden voz, guitarra, palmas y compás entregadas al viento en un solo latido. En las verdes entrañas de la primavera, el cante inacabable y único levanta su misterio de cristal. El público no anda muy fino y parlotea por lo bajini; salvando este contratiempo, los aficionados se entregan a la misteriosa embriaguez del cante.

Y María Terremoto, con la guitarra de Nono Jero, abre a la noche iznajeña el huracán de su garganta. Esta niña tiene en su voz diez arcángeles y un querubín, y siete callejuelas pobladas de la elocuencia más jonda del cante. Casta, estirpe, tronío de todos sus ancestros se esparcen como abanico que enamora y enloquece. Comienza el vuelo y el revuelo, la queja, el amor, la desventura y el alma se estremece para alcanzar el sentimiento más puro. Su voz está llena de versos y rimas, de ritos y glorias, de desamor y ensueño, de dolor y leyenda, de trino y alegría, que en la noche infinita se derrama. Se acerca y se aleja del micrófono, se despeina, se retuerce el alma y el vestido en sus cantes. Todos muy bien ejecutados: tangos, soleá, bulerías y fandangos, que nos dejan al borde de fuentes y arrayanes o a la orilla de un río entre juncos dormidos. Pero María se despide pronto y la afición se queda con las ganas de verla aparecer de nuevo.

La noche sigue, y le toca el tercio al cuadro flamenco de Sandra Cisneros, bailaora malagueña con la sal del mar en la cintura, junto a Carmen Ruiz, Rocío López La Boterita, Rubén Portillo, Bastián Martín y Juanma El Canastero, y con ellos la Asociación Cultural de Flamenco ‘La Alegría de Iznájar’. Aportan todos lo mejor de sí para hacernos disfrutar de esta velada y juntos ponen un glorioso fin de fiesta.

Y la luna se va por los tejados y el castillo resplandece su dorada nobleza. A esa hora bruja de la noche, henchida de flamenco, subo al Barrio de la Villa para beberme de un trago toda su belleza. El arcángel San Rafael me acompaña en la quietud de un silencio que estremece y, en la plaza de Alí Ben Gacín, me detengo ante el poema de Ibn Jataya:

«No creáis que mañana
entraréis en el infierno.
¡No se entra después
de haber estado en el paraíso!»

Esta noche me duele despedirme de Iznájar.

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