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Actulizado 4:17 PM UTC, Nov 11, 2024

‘Numen’, el flamenco como religión

VI Bienal de Flamenco de Málaga. ‘Numen’. Carmen González y artistas invitados. Coreografía: Marco Flores. Baile: Carmen González y Marco Flores. Guitarra y dirección musical: Juan Requena. Cante: José Valencia y David Lagos. Lugar: Teatro Ciudad de Marbella (Málaga). Día: Domingo, 11 de agosto de 2019. Aforo: Casi completo.

Confieso que desconocía esta palabra, así que tuve la obligación de acudir a las fuentes para poder desvelar su significado. Numen va más allá de uno mismo, es un estado sensorial desligado de la apariencia y lo material. Curioso es que el término fuese acuñado por un teólogo. Podréis convenir conmigo, o no, que en este caso, y para todos los que amamos el arte flamenco, se ajusta como un molde de barro primigenio; es un orden de leyes antiguas que siembran semillas en el alma de los asistentes a esta comunión.

Poco a poco, las formas aparecen ante nuestros ojos; es un viaje de desconcierto por lo que acontece, es un poder de fascinación, fecundo y misterioso. Está en todos los seres vivientes, es el poder de la inspiración, de todos los dioses, de todos los lugares. La lógica de la creación, la musa.

La atmósfera es profunda, onírica. Resuenan al golpe los primeros compases, la percusión de los puños sobre la mesa. Las voces pregonan con temple bravío. Los caramelos del loco Macandé son heridas dulces. El Niño de las Moras vende en sus letras toda suerte de delicias. Las voces de David Lagos y José Valencia apremian con sabor agridulce; es una masa de formas y maneras que colman el espacio sobrio. Un látigo de luz y una epifanía.
Aparece nuestra musa por seguiriyas, envuelta en un halo mágico de adivinación, hechura y movimiento sin artificio, sin volumen en la falda, hilos de plata.

Es un baile desnudo, confiesa la verdad, imprime en sus pasos un sueño roto. Es un viaje de combinaciones de idas y venidas, de encuentro y desencuentro. Junto a Marco Flores, empastan en los brazos, es un malogrado amor mientras suena el eco de la voz: “Tú no quieres mi querer”. Lo numinoso es la emoción religiosa, próxima a la conmoción, el estado que se altera desde los cimientos y nos embarga en un viaje repleto de colores internos. Embarca al respetable en un recorrido de matices suaves; es una suerte donde el destino es un latido único. La guitarra de Juan Requena es ese viaje, tiene el poder de transportarte hacia combinaciones de matemáticas entre corcheas. Sus efectos armónicos combinan el lirismo y la dificultad técnica. Es una matriz de elegancia y pulsación. Nos llevó por rondeñas y por taranta; el público, solemne en el templo de silencio.

Ya lo decía Antonio Mairena, «el taranto es la Capilla Sixtina del cante». A la voz, David Lagos sorprendió con su cante lleno de melismas. El pulso sinuoso zigzagueaba en un tono de zambra. Carmen González deleitó a los presentes en el género. La propuesta, armada en bata de cola, fue un derroche de energías contrapuestas. El tránsito de lo divino sobre la escena. Un ejercicio de estética y de lucha que contrastaba con la pureza del recogimiento absoluto. Una estampa con líneas clásicas que iban decorando el espacio. Mostrar un carácter único es un ejercicio de singularidad y belleza. Cerró por tangos, como mandan los cánones, y el público mostró agradecimiento y entrega en los aplausos. Un ecuador de inspiración.

El baile de Marco Flores es un despliegue de difícil explicación si no has tenido la oportunidad de verlo. La técnica está, pero es el arte. A los pies, contrae el aire hasta elevarse; es otra mirada de la danza. Medias puntas que suben el eje de la pupila, la expresividad por encima, el aire de un eterno barquero por Cádiz. Puro y con esencia. Las alegrías en las que llevó al respetable fueron sin duda un alarde de milimétrica pasión. La calidez de sus formas, la flamencura. El público le devolvió con creces su entrega.

Próximos ya al cierre. El segundo plato fuerte fue por soleá. La bailaora malagueña es una de sus máximas. Contemplarla estremece, es una huella de peso que te hiere. Las tablas de Marbella se conmovieron porque vibraron, jamás se contuvieron; se llenó el silencio. Un número que sí fue religión.

José Valencia hizo gala de aplomo y estiró el tercio hasta lugares ignotos; fue un momento de incredulidad que moduló como él bien sabe.
Carmen González, en la inspiración. Vibró y se transformó. Fue un momento único y místico. Una revelación vibrante, repleta de aire jondo. Una sombra radical en el movimiento, un abrazo de poder. El respetable se rompió, oro molido.

Para terminar, se arrancaron por bulerías. Todos fueron testigos de una experiencia flamenca por derecho, como religión, con corazón. Una divinidad creadora.

Fotos: Cortesía de Juan Guerrero y Bienal de Málaga.
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