Antonio El Pipa es una de las grandes figuras del baile flamenco actual, algo constatable en cualquiera de sus espectáculos, como el que presentó en el malagueño Teatro Cervantes, Danzacalí, con el que cosechó un largo y calurosísimo aplauso final.
El jerezano, apegado a la tradición, rindió homenaje a los gitanos con una propuesta un tanto edulcorada, si bien nada pretenciosa, en la que su principal virtud reside en la aparente sencillez. Hace fácil lo difícil, algo propio de los grandes de cualquier disciplina.
Ataviado como un bandolero, arrostra la rondeña. Pureza y elegancia. Sus apariciones en escena se alternan con números de baile de su jovencísima compañía, con dos subalternos que prometen, Isaac Tovar y Macarena Ramírez. Ella baila por alegrías con mucha personalidad, pese a su corta edad. Ora pujante, ora contenida, según lo requiera la situación.
Por tientos-tangos, El Pipa se rodea de dos cantaores veteranos en el cante pa trás, Mara Rey, de voz recia y quejumbrosa, y Morenito de Íllora, con una voz flamenquísima. El del barrio Santiago se recrea en una de sus señas de identidad, el braceo, y arranca aplausos en cada desplante. Rey apunta los tangos de La Repompa, en un claro guiño a los aficionados malagueños. Emocionante y bello momento en el que El Pipa y Mara Rey se funden en uno.
De nuevo en escena, Tovar y Ramírez bailan una farruca, un paso a dos que inician desde el suelo, en una composición de gran belleza y sensualidad, con la luna como fondo. El ritmo del espectáculo es ágil, lo cual es un acierto, ya que el espectador no se aburre en ningún momento.
Mara Rey, con voz telúrica y desgarrada, entona una plegaria jonda. El Pipa le da la réplica con duende. Hacen creer al descreído. Sigue la temática religiosa y la compañía, con castañuelas, interpreta un villancico.
Llega el momento más solemne de la actuación. Morenito de Íllora canta por martinetes, con El Pipa en una silla. Momento estremecedor y de gran profundidad. Sólo hay que tener sangre en las venas para sentir un escalofrío. Acto seguido, baila, con mucho sentimiento y hondura, mientras le marcan el compás con cuatro bastones. En la seguiriya, el quejío abisal de Morenito se encuentra con la inspiración de El Pipa. Momento álgido, de gran emoción y belleza.
La compañía baila por tangos, algo descafeinados, al tratarse de música enlatada. Pero, llegan las bulerías, con sabor a Jerez y su punto de humor, no en vano teatralizan la detención de unos carteristas y hasta los policías acaban dándose una pataíta.
Por soleá, El Pipa se recrea, majestuoso, apenas hace uso del zapateado y marca el compás con los dedos. Morenito y el jerezano vuelven a confluir, con la emoción a flor de piel. Es un baile elegante y con matices, emocionado y emocionante, al filo del escenario, lugar en el que reclama la presencia de Morenito. Momento culmen.
Curiosamente, elige para la despedida la alboreá, palo asociado a las bodas gitanas. Los novios, sus subalternos, se visten en el escenario y protagonizan, a continuación, un fin de fiesta por bulerías. Largo y calurosísimo aplauso final, recompensado con un bis por bulerías.
Foto: Daniel Pérez – Teatro Cervantes.