‘Mi Carmen Flamenca’. Coreografía: Manolo Marín, Úrsula Moreno y José Galvañ. Música: Georges Bizet, Antonio Andrade, Fran Moya, Juan Requena y Domingo Patricio. Carmen: Úrsula Moreno. Don José: José Luis Vidal ‘Lebri’. Escamillo: Juan Polvillo. Cuerpo de baile: Marián Campoy, Mariché López, Mariola Martín, Nazareth Ponce, Soledad Rodríguez, Mónica Carrión, Tatiana Saceda, Rafael Ramírez y Julia Cáceres. Cante: Rocío Alcalá. Cante y percusión: José Luis García ‘Cheíto’. Guitarra: Antonio Andrade y Fernando Santiago. Flauta y saxo: Vicente Domínguez. Lugar: Teatro Cervantes de Málaga. Día: Martes, 25 de noviembre de 2014. Aforo: Lleno.
El mito de Carmen, al que dieron forma Mérimée y Bizet, ha tenido infinidad de adaptaciones al flamenco desde Antonio Gades hasta nuestros días. Y la que protagoniza la bailaora Úrsula Moreno, bajo la dirección musical del guitarrista Antonio Andrade, colma las expectativas del más exigente. No en vano puso patas arriba el teatro Cervantes de Málaga, que había colgado el cartel de ‘No hay billetes’.
Ya desde el inicio, se aprecia el buen gusto del montaje, con un espléndido cuerpo de baile y la aportación de la estupenda cantaora malagueña Rocío Alcalá y la guitarra de Andrade, sobrino de José Menese y director de la compañía. Una vez creado el clima propicio, entra en escena Carmen (Úrsula Moreno) con un precioso vestido rojo. A lo largo de la representación, se sucederán diferentes escenas en las que, como es de sobra conocido, el amor, los celos y la pasión lo impregnan todo.
Han conseguido dotar a la obra de un ritmo ágil, de manera que el interés del espectador no decae en ningún momento. Además, esta Carmen rezuma sensualidad y protagoniza auténticos duelos de baile de muchos quilates con los protagonistas masculinos. Incluso la propia Alcalá baila en un momento dado a la par que canta y pellizca con su cante. Entretanto, reaparece Moreno mientras suena esta letra por bulerías: «Era trianera y se llamaba Carmen…» Un auténtico torbellino por este palo.
Por alegrías, la bailaora malagueña maneja la bata de cola y el mantón con maestría y donosura. Ora sutil, grácil y contenida, ora desbordada y contundente, siempre eficaz y conocedora de su oficio. Rocío Alcalá y Cheíto ofrecen en varias ocasiones -como en el baile de los enamorados, en que éstos componen una escena bellísima- un precioso cante a dos voces.
El escenario se tiñe de negro, una lectura de cartas anticipa el sino y la fatalidad se masca en el ambiente… Tras una escena a dos de gran belleza, la caña sirve para recrear la soledad del amante. Y entre col y col, un momento entrañable con la Glosa a la soleá de Rafael de León que inmortalizó Pepe Pinto.
Vuelve la cigarrera sevillana secundada por el cuerpo de baile, divertida y pizpireta, actitud que contrasta con el duelo a garrotazos (iconografía goyesca) entre ambos pretendientes. Una seguiriya hiriente casa como un guante con la propuesta escénica. Impresionante la escena final de la navaja, de un patetismo sumo, que levanta al público de sus asientos mientras aplaude a rabiar.