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Humor y doble sentido en el flamenco

Foto: José Luis Gutiérez-Museo Picasso Málaga

III Ciclo ‘Flamenco en el Picasso’ – Málaga. 4/11/2011

José de la Tomasa fue el encargado de abrir la tercera edición del ciclo ‘Flamenco en el Picasso’, que esta temporada girará en torno a los conceptos de humor y juego (tomados de la conferencia de Lorca ‘Teoría y juego del duende’). De entrada, contrasta la imagen seria de este cantaor y, por extensión, del flamenco con la temática elegida por los organizadores, si bien debo reconocer que la hora y media de actuación, salpicada con los comentarios de De la Tomasa, el guitarrista Eduardo Rebollar y el presentador, Fernando Iwasaki, se pasaron en un suspiro. Cantaor y guitarrista son profesores en su disciplina en la prestigiosa Fundación Cristina Heeren de Sevilla, que dirige Iwasaki.


Bajo el epígrafe ‘El sentido del doble sentido’, el escritor peruano introdujo el acto definiendo el flamenco como “un arte solemne interpretado por personas risueñas y pícaras”, entre las que señaló a De la Tomasa, autor, en muchas ocasiones, de sus propias letras y de dos libros de poesía flamenca. Heredero de una de las dinastías más sobresalientes del cante flamenco (sobrino nieto de Manuel Torre, nieto de Pepe Torre e hijo de Tomasa y Pies Plomo), el cantaor sevillano puso la siguiente letra como ejemplo de síntesis expresiva y de doble sentido: “La noche del aguacero/ ¿dónde te metiste?/ que no se te mojó el pelo”. “Los andaluces decimos en tres versos lo que dice Shakespeare escribiendo siete años”, espetó.


Fue una charla amena y graciosísima. “Soy un cantaor muy serio, pero no me he podido negar a venir aquí, como está la cosa”, bromeó De la Tomasa, que abrió su recital por malagueñas, con letra propia (‘Málaga, uvitas dulces…’) escrita ex profeso para la ocasión, dedicada a la capital malagueña y a Picasso. Pese a la complejidad que supone adaptar letras nuevas al canon establecido del flamenco, lo hizo con pellizco. Las remató con el clásico abandolao. Le acompañaba al toque Eduardo Rebollar, maestro de la vieja escuela.

 

Y entre col y col, relataron un par de anécdotas. El Chocolate era requerido por un viudo para que le cantara a la difunta desde enfrente del cementerio de Sevilla los días de lluvia. Cuando la noche anterior, el malogrado cantaor veía el cielo encapotado, le comentaba a su esposa: “Mañana, comemos puchero”. Eran tiempos difíciles, que deparaban situaciones como la que sigue: Cuando Pepe Pinto y El Carbonerillo acudían a una fiesta o reunión, solían inquirir con discreción si se le había muerto algún familiar a alguien de los presentes. “Sí, hace poco, se le ha muerto la hermana a fulanito”. Y llevaban letras preparadas al efecto para emocionar al incauto, que solía pagar para que siguieran actuando.


Arrostró, a continuación, la soleá de Triana, con la que ejemplificó el doble sentido, tan habitual en este estilo, con la profundidad y equilibrio debidos. Por alegrías (las interpretó con sabor y enjundia, con la guitarra salinera de Rebollar), aseguró que se traslada mentalmente a tierras gaditanas, al igual que, en la malagueña, piensa en Álora. Cantó con solvencia varios fandangos, también con letras propias, y defendió este palo, a veces denostado. Se despidió por bulerías.

   

 

 

 

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