Cante: Diego ‘El Cigala’, Ana Fargas. Guitarra: Antonio Rey, Paco Javier Jimeno. Percusión: Sabu Suárez, Chico Fargas. Guitarra eléctrica: Diego García. Piano: Jaime Calabuig ‘Jumitus’. Contrabajo: Yelsy Heredia. Lugar: Plaza de toros de Estepona (Málaga). Día: 18 de agosto de 2012. Aforo: Dos tercios.
El tremendo éxito de ‘Lágrimas negras’ (2003), que grabó con Bebo Valdés y que fue elegido mejor disco del año por The New York Times amén de obtener un Grammy, supuso un punto de inflexión en la carrera de Diego ‘El Cigala‘, que afronta sus conciertos con la confianza del triunfador. El cantaor madrileño ya presentó en su día el citado álbum en Estepona junto a Valdés y, como diría Juan Luis de Tarifa (el sabio, como era conocido por el programa de Jesús Quintero), cuando se refería a algo excepcional, “eso es distinto”. Me refiero a cuando un cantaor flamenco aborda otros géneros, boleros y tangos argentinos, como es el caso. Si, además, se rodea de una banda de grandes músicos, miel sobre hojuelas.
Precedió a El Cigala, Ana Fargas, que principió por malagueñas del Mellizo y Chacón, con pellizco, dulce y punzante a un tiempo. Las remató, como es preceptivo, por abandonaos (una bellísima rondeña y una letra propia en homenaje a Camarón). Paco Javier Jimeno, bordón minero de La Unión, la secundó a la guitarra con su habitual calidad, seguridad, precisión y rotundidad.
Prosiguió por alegrías (también de su autoría, con una salida acancionada), con las que brindó un momento de singular belleza y hondura. Por tangos, con todo el sabor, aportó frescura, compás y duende. En las seguiriyas, quejío abisal. Portentosa. Se despidió con unos deliciosos cuplés por bulerías (Un compromiso, Se nos rompió el amor –Rocío Jurado en el recuerdo- y Procuro olvidarte). Dulzura y profundidad. Lección magistral de Jimeno.
Un cuarteto de jazz latino, con la excelsa guitarra eléctrica de Diego García, que ha acompañado a Jaime Urrutia, Santiago Auserón y Andrés Calamaro, entre otros, hizo la transición a la propuesta de El Cigala con un instrumental que resultó una delicia. Toda una declaración de intenciones. No en vano, El Cigala, al que pudimos ver en su última visita a Málaga en el teatro Cervantes de la capital, en un concierto benéfico, en aquel caso con un repertorio de flamenco ortodoxo, salvo un par de concesiones a su reciente disco de tango argentino, en esta ocasión, se decantó por primar su repertorio de boleros y tango porteño.
El Cigala hace su aparición junto a Antonio Rey, estupendo guitarrista flamenco, para interpretar el tango Las Cuarenta y una emocionada versión del clásico Alfonsina y el mar. Un solo de guitarra de Rey le concedió a El Cigala su primer descanso. Tocó por Levante y dejó bellas falsetas. Con Tomo y obligo, tango de Gardel, alcanzó un momento álgido, que dio paso al intimismo de Sus ojos se cerraron. Se mostró, en todo momento, comunicativo y jovial con el público y con su banda. En Niebla del riachuelo, Diego García dejó un solo espectacular.
“Vamos a cambiar de tercio, ya que estamos en una plaza de toros; un poquito de flamenco”, advirtió antes de arrostrar una brillante adaptación aflamencada de Se equivocó la paloma, de Alberti, con el grupo al completo. Ya a solas con Antonio Rey, que arranca aplausos en la entrada, canta por Levante, con sentimiento y el eco de Camarón. Dice, a continuación, unas sevillanas flamenquísimas, con sumo gusto. Por soleá, el cantor (que podría resultar epidérmico sin serlo) deja lugar al cantaor profundo y sentido. Se despoja de su chaqueta y deja ver la camisa completamente sudada. En los tangos, la banda aporta su acompañamiento jazzístico, que le sienta bien a este palo, con guiños a Camarón y a Antonio Machín.
En el último tramo del recital, llegaría la esperada Lágrimas negras, su gran éxito, muy celebrada. Caras de felicidad en la concurrencia y otra exhibición del gran Diego García. Aún sonarían Corazón loco (el espíritu de Bambino sobrevoló el ambiente) y La bien pagá, en la que se suma como segunda voz el contrabajista en tanto que el pianista hace patente su virtuosismo. El Cigala sudó la camisa y se entregó, pero resolvió sin apenas despeinarse, con la confianza del triunfador.