A los guitarristas se les conoce y admira en directo y se les perpetúa y conceptúa en sus grabaciones. La primera vez que escuché hablar de Dani de Morón fue cuando Paco de Lucía lo acoge como segunda guitarra en la gira del disco ‘Cositas buenas’, eso ya era un galardón muy especial como para estar atentos a su trayectoria, que desde entonces ha sido imparable.
Lo escuché en 2012 junto a Alfredo Lagos en ’12 cuerdas’, el mismo año que nos regala un primer disco categórico, ‘Cambio de sentido’; aún sigo acordándome de una soleá que bordó en el Teatro Góngora en 2014 en el marco del Festival de la Guitarra de Córdoba en un espectáculo junto a Gerardo Núñez y Diego del Morao, y tras su segundo disco en 2015, ‘El sonido de mi libertad’, me enganchó aún más a su guitarra perfectamente marcada de un sonido propio e inconfundible.
Este año ha publicado el tercero, ‘21′. Reconozco que he leído muchas reseñas sobre él definiéndolo y analizándolo sobradamente, alabando su calidad y su novedoso concepto que ya acomodan como un hito en la historia del flamenco, con toda la razón del mundo, incluso enraizándolo con la ontología (me imagino que en su concepto informático más que en el metafísico) o con “asuntos cuánticos”.
Mi visión es más mundana y cercana, porque el flamenco, aunque te pueda elevar las emociones a las capas más altas de la estratosfera, no se expande en el Universo sino que se arraiga en nuestra tierra y sobre todo en el universo interior de cada uno donde deja su huella, y mientras más, más flamenco eres. Sería prepotente y pretencioso por mi parte hacer una crítica de un proyecto tan personal y valioso, sólo me remitiré como apasionado del flamenco a remarcar las magníficas sensaciones que su escucha me ha provocado.
Sorprende de inicio ver a cuatro cantaoras y siete cantaores del máximo empaque o caché de la actualidad en 11 de los 12 cortes del disco coprotagonizando el tiempo y el fundamento de cada estilo. Pero la guitarra no se ciñe al acompañamiento clásicamente aceptado, sino que desarrolla un solo continuado paralelo y unido a la voz, un diálogo simultáneo donde ambos instrumentos fluyen con personalidad y protagonismo propios acordes a la exigencia y flamencura de cada palo. ¡Y qué guitarra! En las cantiñas hay una letra que dice: “Ni pasa ni se está quieto, eso es lo que tiene el tiempo…”, y eso es lo que tiene también la guitarra de Dani de Morón, apenas hay silencio ni pausa, su particular manera de ligar las notas por todo el diapasón, sus acordes y arpegios arrastrados, su suave alzapúas mantenido, sus recortes atemporales y su virtuosismo contenido y pellizcado crean un ámbito sonoro que marca una de las armonías más puras y actuales del flamenco.
El comienzo por soleá es antológico, con El Pele, uno de los cantaores más grandes de la historia; aquí su guitarra asienta la matriz del sonido que va a continuar en todo el disco, ¡qué maravilla!, “el corazón me lo paras” canta El Pele, el mío también y me lo reaniman con su flamencura, ¡ole los dos! Con Poveda al cante y las tablas indias que van como anillo al dedo, qué bonito mece los acordes criollos de la guajira llenando el cante a la ida, a la vuelta y a la recogida.
Por seguiriyas con el faraón Duquende, como le decía Paco de Lucía; una intro melódica con las cuerdas agudas y luego a compás pulsa la esencia del palo de los palos, el final precioso. Por Huelva Dani suena majestuoso, qué gran trabajo doblando guitarras, con una Estrella Morente muy paterna que susurra los fandangos y él los alza. Que bien elegida la voz de Jesús Méndez para los tientos, sobre un compás de base muy refugiado, entreverado, sincopado y sorprendente y una guitarra poderosa que se suaviza en un final descendente y relajante.
Me encanta la melodía de inicio y final en los tangos con Rocío Márquez, y los picaos y rasgueos espasmódicos entre cada variante. Es que Dani de Morón toca muy flamenco y muy bien, después de su entrada y los intermedios en la bulería por bien que cante Arcángel es que me quedo con muchas ganas de más guitarra.
No encuentro otra palabra sino sublime a la visión y ejecución que Dani da a la malagueña, qué interminable lista de matices guitarrísticos (no sé como plantea tanta variedad armónica, que más quisiera yo, pero le sale muy bien), con Pitingo saboreando los estilos chaconianos y esas letras eternas que conozco desde niño. Se recrea dialogando con sus guitarras en los abandolaos, y que pellizquito da siempre Marina Heredia a todo y aquí por Lucena, Jaberas y Granada.
Gusto de Antonio Reyes en la bulería por soleá cabiendo también fandangos del Gloria y Caracol, y gusto y variedad de Dani hilando entre los tercios, hasta el jadeo final del cantaor se acompasa. Virtuoso y suave, según le viene, en las cantiñas con Esperanza Fernández, y que bien le suena el pulgar en las primas. Y solito al final por granaínas, donde anuda alrededor de un trémolo central la fuerza más íntima que le otorga su sensibilidad, encontrando el eco más flamenco de Granada hasta ese penúltimo acorde que nunca encontrará el último.
Un disco muy importante, cuerdas de nailon o carbono y cuerdas vocales, manos y gargantas, alma y pellizco, guitarra y cante, flamenco en definitiva. Como le jalean a Dani de Morón al final de las cantiñas: ¡Cómo estás tocando, picha!…
Contenido del disco:
1. El Pele – Soleá
2. Miguel Poveda – Guajira
3. Duquende – Seguirilla
4. Estrella Morente – Fandangos de Huelva
5. Jesús Méndez – Tientos
6. Rocío Márquez – Tangos
7. Arcángel – Bulería
8. Pitingo – Malagueñas
9. Marina Heredia – Abandolaos
10. Antonio Reyes – Fandangos y bulería por soleá
11. Esperanza Fernández – Cantiñas
12. Dos Corazones (Granaínas)