Silvia Cruz Lapeña entrevera, en ‘Crónica jonda’ (Libros del KO, 2017), sus artículos dedicados al flamenco -verbigracia, a Paco de Lucía- con referencias personales o familiares. Tiene, como se dice en el argot, buena pluma y vive y siente lo que escribe, y eso se nota. Le pasa algo parecido a lo que les ocurre a los artistas flamencos que viven y sienten su arte. Son artículos con alma; en cualquier momento asoma la magia (por ejemplo: las palmas flamencas de su abuela moribunda). Un libro, en definitiva, escrito con alma y buena pluma.
Su repertorio de frases lapidarias apabulla: «En Barcelona existen disfraces de pobre. Y visto lo visto, también de flamenco». «(…) lo único que he visto siempre es gente tirando de piel ajena para cubrir las llagas de su coherencia». «Allí (en Sigueleyendo.es) empecé a tomarme en serio lo de escribir sobre flamenco. Entre otras cosas, quién lo diría, para dejar de llorar».
Recuerda algo que yo mismo he comentado en varias ocasiones entre aficionados, que la primera cátedra de guitarra flamenca se abrió en Holanda, no en España, en el Codarts de Roterdam, en 1985, y la dirige desde entonces el guitarrista Paco Peña.
Y pone los puntos sobre las íes en el controvertido asunto de los cambios en el flamenco, que, según expone, bailaores como Rocío Molina o Israel Galván se pueden permitir entre comillas, pero no así cantaores como Rocío Márquez, pues los experimentos en el cante se miran con lupa. Los guardianes de la ortodoxia blanden ‘Mundo y formas del cante flamenco’, de Antonio Mairena y Ricardo Molina.
Más frases de las suyas: «(…) duende (…) no es más que el instante en que el artista está a gusto y el espectador lo capta: un momento de comunión, un entenderse».
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