XI Festival Flamenco On Fire. Voz y guitarra: Raimundo Amador. Voces: Ana Fernández La Boheme. Bajo: Gino Tunessi. Batería: Api Vargas. Invitados: La Kaita y Emilio Caracafé. Cante: Aurora Vargas. Guitarra: Miguel Salado. Palmas: Tate Núñez, Cristóbal Santiago y José Antonio Torres. Lugar: Sala Zentral y Hotel Tres Reyes de Pamplona. Día: Viernes, 30 de agosto de 2024. Aforo: Lleno.
Puchero de habichuela y una barra de pan.
Y cómo formas sencillas pueden llegar a ser tan fantásticas.
Así se sintió el pasado viernes 30 de agosto, un guiso bien trabajado, a fuego lento. Y es que las más de dos horas de cocción supieron a poco en una Sala Zentral de Pamplona llena de admiradores del mayor de los Pata Negra.
Raimundo nos regaló un espectáculo cerrado, con una banda con categoría: Ana Fernández La Boheme a la voz, Gino Tunessi al bajo y a la batería Api Vargas. Este gran elenco supo sumergirnos en el universo Rai con profundidad. Y Raimundo y su guitarra, qué decir, de un virtuosismo irritantemente plácido. Y es que ese virtuosismo, trabajado, ha ido absorbiendo lo mejor de lo que le llegaba. Qué subidón tuvo que darle el día en el que le llegó aquel disco de Jimi Hendrix; en él tuvo que reconocer los mismos gestos que estaba mamando por los polígonos de Sevilla, un mundo gitano, subalterno, compartido y donde escuchara la fuerza de una mano pegada a unas cuerdas, como la suya.
Raimundo, ataviado con un pantalón pirata de esos que ya no se ven, una camisetita negra y una camisa por encima con lunares, sin mucha estridencia, eso sí, unas gafas de sol que hoy podría considerarse de modernas, pero que en Raimundo quedaban de DNI, no eran de pega, eran de una persona que realmente había vivido esa época, época de hippy y a su vez época rancia, de Janis Joplin y La Paquera de Jerez, de sombreros y plumas, de diseños de lunares y de príncipes de Gales; y es que Raimundo, como digo y como dice, ha vivido en esos dos mundos, que son el mismo: el flamenco y el rock, los disidentes creando la representación simbólica de su sitio.
Raimundo, barroco como su ciudad, mete más de lo que cabe. El trianero hace parecer que en su guitarra entran más notas de las que son posible. En su toque hace recordar a esas blue notes del blues que pese a no entrar en la escala parecen formar parte de ella por estar lúcidamente acompañadas; y así es como parece que entiende la vida, desde la colectividad, el grupo, la compañía bien avenida. Así se vivió desde fuera, un grupo con armonía. ¡Qué alegría estos encuentros donde se ve que existe una admiración, un apoyo, una familiaridad! Esta familiaridad llegaba hasta la consanguinidad, con Antonia, su mujer, y su hijo Rai Jr.. Ella, entre bambalinas, pero sin pasar desapercibida, sentada, con su abanico, teniéndolo todo controlado, con un ojo en el público, otro en el escenario y otro ojo detrás de las cortinas, jaleando. Estando sería cuando tenía que estarlo, mirando a Raimundo e incluso dándole directrices, como cuando ya al final, después del último tema se puso a recoger a los músicos con un ferviente movimiento de brazos como diciendo «nos vamos porque yo lo digo coño, ya está bien», Raimundo Jr. también aparecía y desaparecía, daba órdenes sobre los tiempos, se subía al escenario para hablar con el batería, hablaba con el padre también, se ponía ‘a gusto’. A él le tocó su turno y salió a coger las baquetas para tocar con su pare’ El blues de los niños, el del peine en el cajón del pan. «Nunca bebí por beber, siempre he bebío de alegría»
Desde esa alegría, familiaridad y buen soniquete Raimundo invitó a La Kaíta y a Emilio Caracafé, que nos regalaron dos buenos ratos por tangos y alguna bulería que otra. La Kaíta estaba ‘asalvajá perdía’, jaleando a los pamplonicas reunidos y acordándose de su Badajoz: «De Badajoz yo me he venío, yo me he venío de Badajoz…»
Ella mostraba una confianza propia de los años bien llevados, tiraba su voz a límites del quebranto y… agua, azúcar. En el hueco de su mano apretada salían rayos plateados, llegó un momento en el que le pidió a Raimundo que le subiera un tonillo, Raimundo riéndose comentaba: «Está valiente». Emilio, alegre, acompañaba lo que sabía que era una verdadera fiesta, una celebración, una oportunidad de asomarse al patio de las flores bien regadas: todo colores, todo olores, sol y vecindad querida.
Los elementos afloraban: la candela, una guitarra que suena, los bailecitos anticipados, las invitaciones con la mirada, los solos / falsetas, cuando todos saben que tocan, la pena, la alegría, el duende se aparecía bien a gusto junto a sus colegas con una litrona y un canuto por Chapina; bien dulce, almíbar, ambrosía, un regusto que se te queda en la garganta.
Luego cogió la guitarra flamenca-acústica, que se convertía en una metralleta metálica. Drástica, tiránica, prístina, atrevida, tormenta,
estruendo, sentimiento, serpiente. A eso sonaban sus punteos, a golpes en mesa de clavos.
Y es que como él dice, le gusta el sonido garajero, pero no tanto. La sala Zentral no tuvo su día y los acoples sonaron más de lo debido. Aún con esas, Raimundo y su banda fueron llevando el show con alta calidad, pasaron por todos los géneros y lugares favoritos, incluso versionaron algunos clásicos como el Back to back, al cual Anita supo darle su colorcito propio.
De esta forma se culminaba una noche ‘al encuentro con lo salvaje’, como bien se había titulado. Una noche que acabó entre tus piernas, con el bolleré detrás de ella, con el veneno que tomara yo.
Así, una guitarra suelta, construida por sí; y todo un cuerpo, toda una corporalidad entusiasmada por lo allí vivido.
Aurora Vargas, pletórica
Cantaora y bailaora, en lo más alto del cante gitano. Un público cariñoso y agradecido recibió a Aurora Vargas entre aplausos en el Hotel Tres Reyes de la capital Navarra. Ella avisaba que iba a hacer lo que pudiera, y me pregunto cómo pudo hacer lo que hizo.
Estaba llena, porque todo lo que nos regaló esa noche del 30 de agosto fue un rebosar de arte, de cante, de baile, de un alma que no podía contenerse en las limitaciones de un cuerpo humano.
Comenzando por alegrías: bombas y tirabuzones, relicarios y palmas concentraditas, recortadas y amplias. Y los olés de aquí para allí, correteando alrededor de ella. La figura de Aurora, traje fucsia, zarcillos de oro, auténtica faraona gitana-andaluza, un festín técnico de la más alta cultura flamenca.
Siguiendo por soleá con plomo, sabiendo conjugar los altos y los bajos. Soltando y agarrando, y es que el cante tiene eso que no se puede impostar, un saber soltar las riendas del caballo que se desboca, un ejercicio de sastre clerical.
Miguel Salado acompañándole bien fino todo el espectáculo por medio al quinto traste, y Aurora teniendo su garganta controlada como el pulso de un reloj. Una garganta conectada a un estómago que ruge y tiembla, como un sultán recién nacido.
Gente del público comentaba que no la había visto nunca así, regalada entera, desorbitada, con la fuerza que da lo espontáneo, que da una fiesta con amigos, que da el estar a gusto de verdad, y es que las caras que se veían entre el respetable eran de grandes conocidos. Hubo oles que tenían nombres y apellidos, dedicados y cercanos.
Por tangos los jaleos eran de pura fiesta. Noche festiva donde las haya. Y es que este día se quedará guardado en la memoria de los que lo pudimos disfrutar, qué despliegue de arte, de alegría, de buenas compañías.
Con las bulerías, ya no era posible contenerse. Aurora no se podía ni quedar quieta, se levantaba, se bailaba unos compases con una gracia y una medida…, se rompía, casi caída, doblada entera en un ángulo de 90 grados, sin perder el trino, la fuerza, qué de siglos de piedras y arenas contenía.
Para terminar, por fandangos, sentada, se levantaba, de nuevo a punto de saltar al abismo de la noche oscura. Aún cerca, ella demostró que no le teme a la muerte, que a lo que le teme es a la vida y a las fatigas que, aunque no lo pareciera, una mortal como ella puede pasar.
Fotos Aurora Vargas: Mikel Lebrón. Fotos Raimundo Amador: David Pérez.