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Actulizado 12:19 AM UTC, Apr 19, 2024

Fosforito: «Presumía siempre de ser profeta en mi tierra por el cariño que he sentido»

ENTREVISTA AL CANTAOR DE PUENTE GENIL AFINCADO EN MÁLAGA, V LLAVE DE ORO DEL CANTE, RECUPERADA TRAS EL EXTRAVÍO DEL AUDIO Y REALIZADA EN DOS PARTES; UNA, TRAS SU PARTICIPACIÓN EN EL CICLO ‘DOS CONVERSAN’, JUNTO AL PINTOR EUGENIO CHICANO EN LA SOCIEDAD ECONÓMICA DE AMIGOS DE EL PAÍS Y OTRA, EN EL DOMICILIO DEL ARTISTA.

En el año 57, en su primer disco, nombra a uno de sus cantes, lo cual ocurría por vez primera, como taranto.

El taranto existía, pero no estaba el nombre puesto. Manuel Torre canta: «Ay, mi muchacho». Es un taranto y el que lo tituló (un inglés o un francés) puso rondeña, que no tiene nada que ver. El Niño de Cabra decía: «Ay, mi corazón se me parte cuando pienso en tu partía…» Y pone vidalita. El Cojo de Málaga, Escacena, un montón de cantaores que cantaban tarantas y algunos tarantos como tarantas, porque el nombre no estaba todavía. Pero la música estaba ahí. Una bailaora, Fernanda Romero, me decía: «Quiero que me cantes con ritmo porque quiero bailar esto». Como hace hoy día Rocío Molina con la malagueña, un cante libre, y lo hace muy bien, con gestos. Está precioso.

Ganó por unanimidad todas las categorías de la primera edición del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba en el 56. ¿Cómo recuerda aquel momento? ¿Qué supuso para usted?

Yo había sido hasta ese momento Antonio del Genil. Había hecho mucho teatro y había cantado en muchos espectáculos, ventas y ferias de ganado, pero ahí se me abrió un mundo aparte, donde entré por la puerta grande. Con los ganadores de los segundos premios y otros artistas, formé un espectáculo y dimos una vuelta a Andalucía y salté a Madrid.

Tengo entendido que hubo quien llegó a pensar en su día que empezó a cantar a raíz de ganar el Concurso de Córdoba.

En el año 45, yo ya cantaba con entidad. En el 56, ya llevaba once años como cantaor oficialmente, con carteles, pero cantaba desde antes.

Luego, ha ejercido como jurado en dicho concurso. ¿Qué tal la experiencia?

Es agradable. Hay cantaores espectaculares, que cantan muy bien y más ortodoxos. En un concurso nacional, no se pueden hacer florituras, se tiene que ir a la base. Y si un cantaor es menos espectacular y menos rítmico, pero está dentro de la ortodoxia… Yo soy parte de un jurado, no el presidente, y los jurados deciden por unanimidad unas veces o por mayoría otras, lo que quiere decir que mi voto puede valer si concuerda con esto. Como suele estar formado por cantaores, guitarristas, bailaores, gente del arte, podemos equivocarnos, pero menos.

En Córdoba, convirtieron hace unos años la Posada del Potro en el Centro Flamenco Fosforito, todo un honor para usted.

Sí. Y un museo en Puente Genil y otras cosas…

¿Qué quiere decir cuando afirma que «el flamenco es un patrimonio de todos y nos pertenece a todos por igual»?

Tú tienes en mente un cante y es tuyo mientras no lo escribas. Una vez que lo sacas a la luz es de todos. Lo puedes cantar tú, éste o aquél. Tú serás el creador, el autor de la letra, pero pertenece a la música andaluza, pasa a ser de todos.

¿Cómo fueron sus inicios como cantaor, en plena posguerra?

La necesidad de supervivir. Mi familia era una familia de artistas: mi padre era cantaor, mis primos eran guitarristas, mis primas eran bailaoras… Y en mi casa, aunque eran tiempos muy difíciles, aparte de llevarlo en la sangre por mi padre, que era cantaor; mi tío político Niño del Genil fue creador de cantes, mítico cantaor del siglo XIX y primeros del XX. Cuando la guerra termina, en una familia de ocho hermanos, mi padre ya no cantaba y vivía pintando, como pintor de brocha gorda. La única manera con la que yo creía que podía ganarme la vida era cantando y empecé a cantar por las tabernas con apenas ocho años. Hoy hay muchos niños virtuosos. Yo era un niño de esos. Tenía un grupo de cuatro o cinco amigos que cantábamos todos. Nos reuníamos debajo del puente y allí cantábamos todos, verdiales, fandangos, alguna malagueña… Cada uno se empezaba a buscar la vida, por ejemplo en las ferias de ganado, no sólo en mi pueblo sino por aquel entorno. Ya con diez o doce años, por Grazalema, la serranía de Málaga a Cádiz. Hablaríamos horas, porque una vida como la mía, con más de 85 años, no se puede resumir en dos minutos.

Tengo entendido que su apodo le viene de su padre, que también era cantaor.

Hubo un cantaor en el siglo XIX, en 1870, Francisco Lema, que le llamaban Fosforito (apodado El Viejo por Félix Grande para distinguirlo de él), de Cádiz, contemporáneo de Don Antonio Chacón y que murió en Madrid en el año 42. Fue creador de una malagueña muy importante en su tiempo. Mi padre remedaba, entre otras cosas, ese cante. A aquel Fosforito, dice la leyenda que un tal Paco El Gandul le puso ese nombre porque era un hombre muy alto y delgado y encendía los cigarros en aquellas farolas de gas… Mi padre no era alto, sino delgado como yo. Lo que sí era es un cantaor extraordinario. Y a pesar de mis muchos hermanos, sólo me llamaba Fosforito a mí por mi cante. De ahí me viene el apodo.

“EL AYUNTAMIENTO DE PUENTE GENIL ME REGALÓ UNA GUITARRA DE SANTOS QUE COSTÓ DOS MIL PESETAS, UN DINERAL EN EL AÑO 55”

Tras una ‘gira’ por los pueblos de la sierra de Cádiz y Málaga, en el 55, el Ayuntamiento de su pueblo le ayudó mucho. ¿Cómo fue aquello?

Volví del servicio militar en Cádiz. Después de haber estado en un circo con el guitarrista Félix de Utrera y la bailaora gaditana Patrocinio, llegué a mi pueblo. El Ayuntamiento acordó en un pleno, porque yo llegué muy mal de voz y pensaban que el cantaor que había en mí se podía perder, comprarme una guitarra y comprometieron a un maestro de Puente Genil para que me diera clases con la idea de que me buscara la vida en el artisteo. Por eso presumía siempre de ser profeta en mi tierra por el cariño que he sentido. La gente de mi pueblo me conocía, me respetaba, me amparaba, hasta ese punto de comprarme una guitarra de Santos, maravillosa, por dos mil pesetas, que en el año 55 era un dineral. Cuando me presenté al Concurso de Córdoba, que gané de forma absoluta, alguien de mi pueblo me llamó Fosforito halagándome. Un periodista cogió la onda y puso Fosforito. Y ya me quedé con Fosforito. Me defendía como Niño del Genil en los escenarios hasta ese momento, cuando ya rompe el nombre Fosforito en los periódicos, hasta el día de hoy.

Amén de cantaor, hay una faceta suya menos conocida, como letrista. Juan Valderrama, Chiquetete y hasta Camarón han cantado sus letras.

Y Aurora Vargas y Carmen Linares y un montón de gente. Le he escrito a mucha gente, el Turronero. En autores (SGAE), que llevo desde los años cincuenta, puedo tener registradas miles de letras. Y hay poemas y letras que no he publicado. Siendo Salvador Pendón presidente de la Diputación de Málaga, me dice: «Te voy a mandar a un muchacho para que recopile las letras para publicar un libro». Pero yo no lo veía, así que yo recopilé un montón de letras, se las di escritas en buena letra, tamaño normal, se las llevó y me dice un amigo: «Yo ya tengo el libro». ¿Cómo? Lo había publicado con una letra muy pequeña, había puesto el copyright con su nombre, había rectificado algunos… Se acabó el libro. Hay una copia falsa, porque no se va a publicar, que tiene este amigo y otra que tendrá la Diputación. Así que tengo un montón de letras. Muchas veces oigo letras mías a través de los aficionados. El otro día, un grupo en televisión estaba cantando mi farruca, letras que ya ni recuerdo. Tendría que recopilarlas de nuevo, cuando tenga tiempo. Con la edad que tengo, es raro que tenga un día libre.

¿Sigue escribiendo? He leído que Félix Grande le dijo que no tirara lo que escribía…

Publicó cosas mías muy importantes y es para mí un elogio muy grande. Hay un artículo sobre mí que publicó Félix en su último libro antes de morir. Daba conferencias hablando de mis letras y lloraba y me decía: «Esto se me tenía que haber ocurrido a mí, que soy un poeta». Pepe Pinto escribía letras también muy bien y grabó una saeta mía. Juan Valderrama escribía también muy bien, miles de letras; escribíamos en los ratillos que teníamos en los camerinos, en cualquier papel, en una servilleta. Cuando nos hemos encontrado en un jurado, por ejemplo con Antonio Murciano, y nos hemos escrito cosas uno a otro. Esa afición es un gusanillo incontrolable.

Curiosamente, un grupo de rock como Los Planetas cantan letras suyas y lo consideran un referente y moderno.

Han grabado cosas mías. Lo que ocurre es que ellos le cambian el título, con mi permiso, ya que lo firmamos juntos en autores. Unas alegrías ellos las titularon Alegrías del incendio o algo así. (Risas) Voy también al tablao de Curro Vélez, en Sevilla, y un cantaor de Utrera canta unos tangos con mi letra. Es una alegría.

“MUCHAS VECES OIGO LETRAS MÍAS A TRAVÉS DE AFICIONADOS QUE YA NI RECUERDO; TENDRÍA QUE RECOPILARLAS CUANDO TENGA TIEMPO”

¿Es cierto que con diez años ya leía a Thomas Mann?

Y a Tagore. Pero además sin luz eléctrica, con una vela, hasta que me daban las claras del día. Mi madre me decía: «Niño, que vas a perder la vista». Leía también a Churchill, premio Nobel. ‘La montaña mágica’, de Thomas Mann, que es así de gordo (lo indica con las manos), me duraba tres días, noches incluidas. El libro que cogía era incapaz de soltarlo. Tenía pasión por la lectura. Me he hecho yo solo, soy autodidacta.

Recuerdo que en el I Congreso Internacional de Flamenco celebrado en Sevilla, al cual asistí, rememoró cómo fue detenido después de cantar en la Feria de la capital hispalense porque le aplicaron la Ley de Vagos y Maleantes y que, pasado el tiempo, ha visto cómo el flamenco era catalogado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Era la posguerra, en el año 44, después de la feria de Sevilla, era la de El Puerto, me bajé de un tren y yo aparentaba más edad de la que tenía y la misma estatura que tengo ahora. Un brigadilla me pregunta: «¿Quién es?» Antonio Fernández Díaz. «¿Qué hace usted aquí?». Acababa de terminar la guerra y había mucha policía secreta. Me dio un tragantón, me quitó las fotos, las rompió, algo que no venía a cuento. Un desaborío. Me cogió de las orejas en volandas, porque era un tiarrón, y me llevó al Ayuntamiento. Y allí se olvidaron de mí durante quince días. Nadie me preguntó nada. Hasta que el carcelero que había allí me dijo: «Niño, ya te puedes ir». Lo poquito que tenía lo fui cambiando por comida, pues salí con lo puesto. Me fui para la estación sin una peseta y pienso: ¿Cómo me voy a Puente Genil desde El Puerto? Me fui andando por la vía del tren hasta San Fernando. Ahí empecé a cantar de nuevo y de ahí a Cádiz, los pueblos de la serranía, Ronda… Pero yo no odio a nadie, al contrario, me siento agradecido y un privilegiado. He conseguido todo lo que tengo. Le he dado estudios universitarios a mis cuatro hijos y soy feliz. Soy ya bisabuelo.

Hoy en día, con las nuevas tecnologías, los cantaores pueden escuchar a cualquier cantaor en cualquier momento; en su época, la única forma de verlo era en directo… ¿Quién le impresionó más en su día?

Eran muchos, eran tantos… Yo tenía una condición de ser yo y muy rebelde en todos los sentidos y a mí me gustaba todo el mundo, unos más que otros naturalmente. Me interesa lo que dan a entender más que cómo cantan. Mi respeto para todos. La forma la pongo yo, me interesa el fondo. Yo no sería Fosforito si fuera un imitador perfecto de éste o del otro. En aquellos tiempos, buscando la vida por las ferias de ganado como yo estaban Rosa Fina de Casares, José Cortés de Churriana, Salvador de Olvera, tanta gente… Luego, conocí a Juan Mojama en Sevilla o a La Moreno; al Perrate; a Pepe Pinto desde muy chiquitillo; a Vallejo, que era amigo mío y nos sentábamos a hablar horas y horas en Sevilla, donde yo vivía en una pensión en la calle Sierpes, propiedad de una prima de Pastora, Antonia, que era la madre de dos artistas, las hermanas Cruz. Vivía cerca de la Alameda y me iba allí por las tardes con el guitarrista Manolo de Huelva y conocí a mucha gente y aprendí de todo el mundo. Yo ya tenía un fondo de tanto camino andado y en familia. Te vas decantando y vas aprendiendo. En Cádiz, cuando estuve de soldado, a Aurelio (Sellés) lo traté muchísimo. Me interesaba mucho lo que cantaba, no cómo lo cantaba. He podido crear lo que he podido en razón a mi capacidad o a un fondo que yo llevaba, una condición innata.

¿Es cierto que se valora más al flamenco fuera de España que dentro, como suele afirmarse?

Antiguamente, sí. Ahora sí se tiene un cierto aprecio. Antes, hablar del flamenco era hablar del diablo. Había carteles en las tabernas donde se prohibía cantar. Veías a un cantaor en un cartel con un candado en los labios y a un bailaor con una cuerda liada en los pies… Se relacionaba al flamenco con peleas, chuflas… La consideración que tenía la gente. Por eso los flamencos nos buscábamos la vida en las afueras, porque sí había aficionados, pero no podían ir a ver flamenco donde los vieran. Iban a las ventas. Aquí en Málaga era, por ejemplo, en Ciudad Jardín. Se habla de los señoritos de forma peyorativa, pero ellos quitaron mucha hambre en un tiempo tan difícil. Se lo gastaban y ahí estábamos nosotros. Hasta principios del siglo XX, los tablaos gozaban de una dignidad y la gente iba a verlos. En el Café Chinitas se daban varios espectáculos, con Manuel Torre, Chacón, Juan Breva o el que hubiera, y había cuartos para los aficionados que no se satisfacían con la actuación prevista. Entonces no tenía tan mala prensa. En la posguerra, había muchas pendencias y eso lo unieron a lo flamenco, que no tiene nada que ver. Fuera, Montoya graba en Francia una maravilla de disco y Carmen Amaya y José Greco y La Argentinita y Antonio El Bailarín con Rosario… Estaba muy bien visto y le abrían las puertas de los mejores teatros del mundo. Ha llegado un momento en que ya, oficialmente, la UNESCO lo mismo dice que es una maravilla la Alhambra, que ya lo sabemos nosotros; o la Mezquita de Córdoba, que también lo sabemos; que nombra al flamenco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Bien,muy bien, eso ya lo sabemos nosotros. La calidad del flamenco, la poesía del flamenco, la maravilla de un arte caliente, directo al corazón. Está bien que lo digan para que otros que no lo sabían se enteren de una puñetera vez que el flamenco es un arte y también ha sido un aldabonazo de atención a las entidades públicas para que promuevan, respeten y apoyen al flamenco. Es verdad que hacen cosas, pero con cuentagotas. Probablemente, porque no habrá dinero para todo, pero no sé cómo hacen ese reparto… La Junta, a través del Instituto Andaluz del Flamenco, hace cosas para que la gente presente proyectos. Recuerdo que Paco Vallecillo, muy buen aficionado y amigo de Antonio Mairena, que estaba en ese departamento al principio, me decía: «Es una pena que tenga que devolver el dinero porque nadie ha llamado con un proyecto, una idea». Si lo publican en el BOJA, los flamencos no leen el BOJA. Si tenían una ayuda, nadie se lo había comunicado. La Junta sí está haciendo ahora bastante por el flamenco y tiene un Ballet Andaluz… Gracias también a ese marchamo de valor, de reconocimiento, de la UNESCO. Hay entidades o festivales que, gracias a eso, ven el dinero destinado al flamenco como una inversión en cultura, como la Caracolá de Lebrija, y no como un gasto o un negocio.

“SE HABLA DE LOS SEÑORITOS DE FORMA PEYORATIVA, PERO QUITARON MUCHA HAMBRE EN UN TIEMPO TAN DIFÍCIL»

Amén de la denominación del taranto, se le atribuye la creación del zángano de Puente Genil, un tipo de fandango abandolao.

Y tres o cuatro tipos de soleá diferentes y la farruca y cantes de Málaga, un verdial que ahora lo cantan las pandas, que yo grabé con Paco (de Lucía) en los años sesenta y que estaba inspirado en las pandas. Lo cantan con otra letra y quitándole algún agudo, porque no son profesionales. Lo que hacen es precioso. Es una alegría, pero lo veo como algo natural, porque forma parte de mi vida.

“HAY CANTAORES QUE SABEN CANTAR, PORQUE TIENEN CONDICIONES, PERO SIN ALMA, NO ENTIENDEN LA LETRA»

A lo largo de su trayectoria, ¿qué cambios fundamentales ha podido constatar en el flamenco? ¿Cómo ha cambiado el flamenco desde que usted empezó hasta hoy?

Cambian las personas, los intérpretes. Me duele mucho, pero la vida es así, la pérdida de tantos buenos amigos y cantaores extraordinarios, de los 60, 70, 80, 90. Eso no vuelve, no se repite. Es cíclico. Hubo una época de oro de Chacón y otra de El Nitri y Silverio. Se habla de Chacón y Manuel Torre, noventa años después, pero había cuarenta más. Ellos eran dos figuras punteras. Estaba ese Fosforito que te he comentado y tantos cantaores maravillosos, que los conocemos pero no tuvieron preponderancia. Dentro del género, siempre ha habido cuatro que han despuntado en esa punta de lanza. Es cíclico. Después de Chacón y de Silverio, hubo un vacío y salieron otros cantaores, como Juan Talega, Antonio Mairena y La Niña de Los Peines. Ahora mismo, hay gente que canta muy bien. Hubo un movimiento al que se le llamó flamenquito, que ha parado un poco, canciones aflamencaíllas, que están muy bonitas, pero no tiene nada que ver en ese género flamenco. Está bien que lo hagan, pero con su nombre, no usurpando el buen nombre o el marchamo que le puede dar el flamenco. Hay cantaores que cantan muy bien, muy completos. Decía Ricardo Molina que «hay cantaores que saben cantar y otros que saben lo que cantan». Saben cantar porque tienen condiciones, pero sin alma, no entienden la letra. Participan tres en un concurso y los tres cantan la misma letra, porque han aprendido del mismo. Hubo una época, en los años 40, que varios cantaores iban agrupados y sólo cantaban fandangos. Podían vivir sólo cantando fandangos. Hoy, sería imposible. La gente exige mucho más que eso. No se puede cantar mejor por fandangos que como cantaba Paco Toronjo. Su fandango de Huelva era maravilloso, con esa garra, esa pasión, ese calor. Ahora, diría, sin querer dejarme a nadie atrás, Jesús Méndez, Antonio Reyes, Rancapino Chico, Arcángel, Miguel Poveda, que además de cantar muy bien flamenco, borda la copla, es un todoterreno, el único ahora mismo que llena la plaza de toros de Málaga. Luego, hay cantaores que no se enteran, que necesitan más tiempo. Van más lentamente. En mi pueblo, hay dos cantaores jóvenes que cantan muy bien, David Pino, que acaba de publicar un disco muy bonito, y Julián Estrada. Hay también cantaoras maravillosas, como Rocío Bazán, de Estepona, que canta para comérsela. También está Francis Bonela y otros cantaores jóvenes, muy completos y que cantan muy bien.

Se suele situar el nacimiento del flamenco la segunda mitad del siglo XVIII, sin embargo usted asegura que sus orígenes se remontan varios siglos atrás.

Eso es cuando la palabra flamenco aparece, pero no tiene nada que ver con el cante, que ya estaba antes. Estébanez Calderón, escritor costumbrista malagueño, nació en 1799. En 1831, escribió ‘Un baile en Triana’, un capítulo de su libro ‘Escenas andaluzas’. Ya habla de El Planeta, de Juan de Dios y un montón de cantaores y de cantes. Antonio Machado Álvarez ‘Demófilo’, en 1881, a través de un cantaor llamado Juanelo que lo orienta, habla de Tío Luis el de la Juliana y dice que era un cantaor completo. Era un hombre de ochenta años y habla de cuando él escuchó a través de su familia a El Fillo. Por tanto, esto se aleja mucho más en el tiempo, lo que pasa es que no se llamaba flamenco. «Se cantaban malagueñas al estilo de la jabera», dice Estébanez Calderón. Se está refiriendo a malagueñas a ritmo, como las hacía Juan Breva. Esto lo decía a principios del siglo XVIII (aquí Fosforito dice XVIII por error, porque Estébanez Calderón escribe en el siglo XIX). La palabra flamenco es más joven, de principios del siglo XIX. Porque George Borrull, escritor irlandés que vendía biblias y venía con una familia de gitanos, empezó a llamarle flamenco a los gitanos que iban con él. Ejerció como abogado de muchos por los problemas que pasaban en los pueblos. Escribió un diccionario del lenguaje caló traducido al castellano. Y él le llamó flamenco como antítesis de lo que era un flamenco de Flandes. Antonio Machado (Demófilo) lo dice muy claro, flamenco era en un principio referido sólo a los gitanos y con un devenir constante se le llama flamenco a lo que cantan tanto los gitanos como los andaluces. Se empezó a hablar de flamenco hace dos siglos y poco. En Asta Regia (Jerez en la época de los romanos), en el siglo I, aparece una especie de cántaro donde hay una señora tocando los palillos y bailando con un traje de volantes y un cantaor, porque no puede ser otra cosa, con las manos tocando las palmas y la boca abierta. El antropólogo Adolf Schulten escribió un libro, ‘Tartessos’, en el que habla de un descubrimiento que hizo de unos vasos con unos grabados de unas señoras con trajes de volantes. ¡Cuidado! Eran de la cultura cretense, porque aquí también estuvo Grecia antes que Roma. El poeta Marcial dice: «Un hombre lindo es aquel que peina con arte los rizos de su cabellera, que cantiñea o canturrea bien las canciones de Gades (Cádiz) y mueve con gracia los brazos». Eso lo decía hace 2.000 años. Cuando Plutarco habla que, con motivo del recibimiento de Metelo, cónsul romano que había ganado una batalla a Sertorio a orillas del Turia, en Valencia, los poetas cordobeses escribieron himnos y canciones y llamaban la atención los traviesos pies de las muchachas andaluzas y el toque de sus castañuelas, baetica crusmata en latín. ¿Esto qué quiere decir? Otra cosa es la palabra flamenco.

“EN JEREZ, EN EL SIGLO I, HAY UN CÁNTARO CON UNA SEÑORA TOCANDO LOS PALILLOS Y BAILANDO CON UN TRAJE DE VOLANTES Y UN CANTAOR»

¿Con qué guitarrista se ha sentido más compenetrado? ¿Cómo fue la experiencia de grabar con Paco de Lucía?

Grabé mucho con Paco, ocho o nueve discos, entre ellos Antología de 48 cantes en el 69 y Villancicos y otros discos después. Y actuaciones en salas de fiesta, como la sala Atenas de Salamanca, en la Feria de Jerez y tantísimas actuaciones en Festivales… Paco era un genio, un hombre que no lo conocía nadie, que sólo quería tocar y muchas veces no iba ni anunciado… Amaba tanto la guitarra que incluso hacía dedos de noche en la oscuridad. Tocaba a lo mejor al principio cuando la gente aún estaba entrando Tico, tico, Ímpetu o Mantilla de feria, cosas que hacía de Esteban de Sanlúcar o de Mario Escudero, la Malagueña de Lecuona… Entre dos aguas fue el pelotazo que lo descubrió como el gran guitarrista que era. Tuvo una progresión, pero él ya había estado en Canadá, estuvo como guitarrista para el baile de Manuela Vargas en Francia, por todas las casas de cultura. Tenía un fondo como guitarrista, su hermano Ramón, adoraba a Niño Ricardo, pero él era él, tenía algo suyo que no tenía nada que ver, aunque le sirviera de base. Tenía una impronta, una capacidad creadora, una música increíble. Era un guitarrista que tocaba perfecto para cantar. A él le importaba poco el público, sino lo que pasara entre el cantaor y la guitarra. Hay otros guitarristas muy buenos que también me han acompañado, como Manolito El Rubio, Enrique de Melchor, Habichuela, pero no es comparable. Son diferentes. Es que Paco…

“PACO DE LUCÍA AMABA TANTO LA GUITARRA QUE INCLUSO HACÍA DEDOS DE NOCHE EN LA OSCURIDAD»

Si tuviera que elegir un palo, ¿con cuál se quedaría?

No es un palo, es un momento. Si estás bien, lo que te echen. Elegir un palo, por soleá quizá. No lo digo convencido totalmente. Creo que hay momentos de gracia en lo que todo te sale bien y te da igual.

¿Qué significó para usted que le concedieran la V Llave de Oro del Cante, galardón que antes le fue concedido a Tomás El Nitri, Manuel Vallejo, Antonio Mairena y Camarón de la Isla?

A Camarón, a título póstumo. En ese sentido, ¿por qué no a Chacón o a Pastora? Y ¿por qué no a Camarón? Muy bien. Tú sabes que eso es un símbolo. Lo que representa es eso, un reconocimiento. De El Nitri, cuenta la leyenda de un grupo de amigos que fue «el mejor del mundo». Lo de Vallejo fue por una disputa del Teatro Pavón de Madrid con otro teatro y en desagravio, dentro de ese escenario en la foto están un montón de artistas, entre ellos Manuel Torre, la figura máxima de ese tiempo. ¿Vallejo lo merecía? Pues claro que sí. Nadie regala nada. Es un reconocimiento. Mairena hizo una labor maravillosa después de la Llave. Es cuando grabó, cuando escribió y le dio una dignidad a la llave que no tenía. Con él, se dignificó. Camarón había hecho una labor, era un genio cantando y también merecía ese reconocimiento, aunque hubiera muerto.

“LA LLAVE DE ORO NO TENÍA LA PENSIÓN VITALICIA; CON SETENTA Y TANTOS AÑOS, ES UN SÍMBOLO DE RECONOCIMIENTO A MI TRAYECTORIA»

¿Y en su caso?

Mairena fue un certamen en Córdoba; Camarón fue esa circunstancia de reconocimiento. En mi caso, intervienen las peñas, los conservatorios por provincias, con la Junta, que no es lo mismo que un Ayuntamiento, como el de Córdoba en el caso de Antonio Mairena, que creo que no la ha habido más merecida, porque es verdad que dignificó la Llave. A partir de ahí su voz sonó maravillosa y grabó y dio a entender unos cantes que, sin él, estarían por ahí todavía. En mi caso, una entidad como ésta (la Junta) pide un informe y primero consulta a Cádiz, a Sevilla, a Málaga, un consenso. La Llave no tenía la pensión vitalicia. (Risas) Yo ya tenía setenta y tantos años. Es una Llave de Oro y es lo que representa, un símbolo.de reconocimiento a una trayectoria. Hay un amor, un cariño, un afecto en ello, porque fue mucha gente la que dijo sí, muy bien. Y yo, agradecidísimo, emocionado, estremecido, todo lo que tú quieras, pero es eso, un símbolo. Antonio (Mairena) tenía cincuenta años, Vallejo tenía treinta, pero yo estaba para retirarme, no es lo mismo. En 2005, yo tenía setenta y tantos, mi labor ya estaba hecha, no empezaba con eso, fue un reconocimiento a mi trayectoria.

Fotos: Paco Lobato

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