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Actulizado 1:11 AM UTC, Apr 20, 2024

Un desconocido recital de Enrique Morente

El curso académico 1972-1973 era el segundo de mi exilio dorado en Galicia, ejerciendo mi Cátedra de Matemáticas en la Escuela de Ingeniería Técnica Naval de la ciudad del Ferrol. Unos meses antes me hicieron «director a la fuerza», aunque las autoridad académica de Santiago de Compostela lo entendía de otra forma:

– Mire, señor Raya Saro, según la legislación vigente, el director se elige por votación entre los catedráticos. En esa Escuela es usted el único catedrático, luego el único posible candidato y a la vez el único votante posible. Es decir, ¡más democrática no puede ser su elección!

No tuve más remedio que aceptarlo y poner mi empeño en hacer mi labor lo mejor posible. Al margen de lo estrictamente académico les contaré que la Escuela tenía un magnífico salón de actos, de mucho aforo y con cabina y pantalla para proyectar cine, Esta circunstancia fue aprovechada por ciertas fuerzas muy activas (léase PCE en la clandestinidad y grupos similares) que me propusieron crear un cine-club para los sábados. Allí empezó mi sufrir semanal, esperando a que desde el Gobierno Civil de La Coruña me llegara la autorización una vez que yo les comunicaba el título a proyectar. Varias veces nos hicieron cambiar de película (por ejemplo con «el acorazado Potemkin», aunque ya que teníamos la cinta la veíamos en sesión privada un grupillo de 10 o 15 personas). Pues bien, un buen día me viene alguien de las citadas fuerzas y me propone celebrar un concierto con algunos de los integrantes del grupo de canción gallega llamado Voces Ceibes. No tuve que preguntarle que quiénes eran, pues tuve ocasión de conocerlos en Salamanca en 1969 cuando acudí con Enrique Morente a un Festival de Canción de los Pueblos Ibéricos, según les conté a ustedes el día 13 de diciembre de 2016, o sea, hace hoy exactamente un año. Me acordaba de algunos de los miembros de este grupo de canción protesta que se mostraban como la versión galega de aquella Nova canció catalana: Benedicto, Xerardo Moscoso, Vicente Araguas, Miro Casabella… Efectivamente, me confirma mi interlocutor que vendrían dos: Benedicto y otro que no recuerdo. Sobre la marcha se me ocurre ampliar el cartel de ese posible evento:

– ¿Y si hacemos una especie de hermanamiento gallego-andaluz? Yo puedo llamar a Madrid para que mi amigo Enrique Morente se acerque por aquí. Él ya conoce a los Ceibes.

No sabría decir qué fecha se fijó pata este concierto, pero fue un sábado de aquel invierno-primavera de 1973. Con mucha ilusión iniciamos los preparativos. Y, claro, entre ellos estaba la solicitud de aprobación al Gobierno Civil. La hice puntualmente, hablé con algún funcionario diciéndole que sería un hermosos acto, que blá, blá, blá. Pero la respuesta no llegaba (lo cual era costumbre en aquel Gobierno coruñés, que apuraba para aprobar o suspender hasta el día inmediato o incluso al día de celebración del acto). Me llegó la respuesta la tarde de antes y, para mi disgusto me dicen que sólo autorizaban la intervención del cantaor flamenco. Me junto con mis interlocutores y se habla de suspender el acto, ante lo cual yo les advierto que Morente y su guitarrista ya tenían billete de avión y que yo había quedado en ir al aeropuerto de Santiago para recogerlos el sábado por la mañana, así que su recital debiera de mantenerse.

Acompañado de mi buena amiga ferrolana Teresa Echevarría, nos plantamos en Lavacolla y allí recogimos a Enrique, a Manzanita que venía con su guitarra y a Juanito Martínez, el sevillano dibujante-caricaturista, amigo inseparable de Enrique. Nos acercamos a la ciudad de Compostela donde dimos unos paseos y vimos algún monumento. Me queda como testimonio único una foto que les hice a los cuatro.

De vuelta a Ferrol y un rato antes de la hora del recital llegamos a mi Escuela y me encuentro con la sorpresa de que no llegaban a treinta las personas que esperaban ante el salón de actos. Comprendí enseguida que los habituales asistentes a las sesiones de cine-club, ante la prohibición que había caído sobre los cantantes gallegos, habían optado por quedarse en su casa. ¿Qué hacemos ahora, me dijo uno de mis amigos personales? La bombillita se me encendió y llamé al conserje que estaba de guardia y le dije que abriera la Sala de Profesores y llevaran algunas sillas más para que todos los presentes tuvieran su asiento.

Así fue como, en tan académico recinto, Morente y Manzanita dieron un recital de unos 50 minutos, uno a uno muy densos. Escuchamos cantes mineros, alegrías, tientos-tangos, malagueñas, soleares… Todos con moldes y letras muy clásicos(*).

Al acabar, casi todos los asistentes nos fuimos de tabernas por Ferrol, tomando tazas de vino ribeiro y mucho marisco. Ya tarde, los llevé a mi vivienda de aquel curso: un apartamento mínimo junto a la playa de Valdoviño, a unos 10 kilómetros de Ferrol. Tenía un dormitorio con dos camas chicas donde dormimos Enrique y yo. Manzanita y Juanito tuvieron que compartir un sofá.cama que había en el saloncito. A la mañana siguiente, viaje a Santiago y a su aeropuerto para que los tres volvieran a Madrid.

Si he elegido este día para contar esta historia, desconocida para los habituales exégetas de Enrique, es en su honor, en su recuerdo, para que el de Granada sepa que, siete años después de su marcha a los cielos, sigue vivo en el corazón de todos los amigos que fue sembrando aquí, en este valle de lágrimas.

(*) Ya se pueden imaginar ustedes que, dadas las circunstancias y presumiendo que entre los asistentes (como era habitual en aquella época) habría algún que otro chivato, yo advertí a Enrique de que procurara no usar letras o cualquier otra cosa que pusieran en alerta a los comunicantes de la oficialidad. Les diré también que los organizadores del cine-club no volvieron a pasar por mi despacho, con lo que aquella actividad desapareció de la Escuela.

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